Editorial · España

Tabarnia y mas allá

Tabarnia debería de hacerse en serio. Ciertamente no solucionaría los problemas de España pero sí que mataría muchos pájaros de un tiro y en cualquier caso dejaría completamente neutralizados a los catalufos dándoles en pago con su misma moneda.

El problema está realmente en Madrid y en el régimen setentayochesco de la nicolasa, y esto quiere decir que el principal enemigo es la casta política a nivel nacional. Siguiendo el juego y la ley del régimen y pasando por encima de los políticos que tendrían que tragar muy a su pesar, se crearía una nueva comunidad autónoma, todo legal y todo democrático, y encima una taifa mas, para que escarmentemos todos y con suerte mas de uno piense en la ruina de modelo autonómico (federal encubierto) que nos vendieron y nos siguen vendiendo (no hay mas que ver el último mensaje de Felipe).

Con Tabarnia los separatas se quedan sin coche y sin gasolina, porque se quedarían sin la estructura política y administrativa de la Generalidad y se quedarían sin dinero. ¿Que van a hacer los 4 paletos payeses sin ni una cosa ni la otra? Sin ningún tipo de poder real no pueden hacer nada y se le quitarían hasta las ganas.

Los patriotas que quedaran en la Cataluña rural tendrían en el peor de los casos la misma situación que ya tienen. La ciudadanía debe presionar como hasta ahora ha estado haciendo en todos los rincones de España, saliendo a la calle, luciendo la bandera en los balcones y marcándoles la dirección a las sabandijas que tenemos por casta política,  y sobre todo manteniendo el espíritu nacional y cívico para que no nos maten este espíritu catalán como sucedió con el el espíritu de Ermua, obligando por las buenas a Madrid a que tome cartas en el asunto. Con suerte hasta nos podríamos enterar del contenido de los famosos dossieres de Pujol. El objetivo sería hacer que en la Cataluña rural se cumpla la ley y se defienda a la gente sana y decente contra las hordas de tarugos que desfilan con sus tractores en las manifas separatas como las ponzoñosas orugas procesionarias que son. Pero es que con Tabarnia sencillamente todo el cuento se les vendría abajo, sería una jugada magistral.

Tabarnia es necesaria, pero no suficiente, y el problema catalán es uno de entre muchos. Y ente los problemas separatistas al de vascongadas habría que darle la vuelta porque la eXpaña setentayochesca se rindió vergonzosamente a la Eta y su canalla de recogenueces por mas que nos lo vendan como todo lo contrario. Es por tanto un asunto pendiente que hay que revertir, empezando por recuperar la memoria y hacer justicia a todos los asesinados, heridos, familias destrozadas y exiliadas, que nadie se quiere acordar de todo esto y  de que la ignominia sigue estando ahí.

Mas allá de Tabarnia, Cataluña y vascongadas hay que refundar el estado pacíficamente, aniquilar las autonomías y la constitución del 78 y poner otras nuevas bases, dejar de ceder soberanía, salirse de la UE (en tanto en cuanto está planteada como una super-estructura política) y de la OTAN y afrontar las consecuencias: presión, impuestos, atentados de falsa bandera, etc… Esto hay que hacerlo pacíficamente y paso a paso, pero el problema somos los mismos españoles que por una parte tenemos los izquierdosos que nos han traído todos estos problemas y no quieren reconocer lo obvio (es decir, en el mejor de los casos es un problema de necia contumacia), y los otros los liberal-conservadores que han dejado a los izquierdosos hacer y deshacer a su antojo con tal de que les dejen arreglar un poco la economía de vez en cuando.

Y por último España debe volver a la confesionalidad católica, y los que no tienen fe pero aun tienen cerebro lo pueden comprender fácilmente porque es la única solución contra la invasión mahometana, contra el aborto, contra los vicios de nefando pecado y tantas lacras que asolan nuestra sociedad y a las que lo enfermos españoles setentayochescos llaman conquistas sociales. Y por sup0uesto cuando hablamos de confesionalidad católica nos referimos a la verdadera catolicidad, la preconciliar, no la adulteración de la Iglesia obrada por el Concilio Vaticano II y su llamada iglesia conciliar, pues hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

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