Pues bien, Dios Nuestro Señor instituyó la unión matrimonio con un doble fin: uno principal, la procreación y educación de la prole (ordenado en primer término al bien común); y otro secundario, subordinado al principal, ordenado al bien mutuo de los esposos.
La dignidad y el santo fin de la institución matrimonial siempre sufrieron los ataques de las pasiones de los hombres, que, a trueque de lograr sus satisfacciones, no han tenido reparo en atentar contra las notas esenciales del matrimonio, y en desarticular los fines santos a que Dios le destinó. Pero más precisamente, desde hace tres siglos los enemigos del orden natural y sobrenatural repiten con táctica perseverante la ideología demoledora del matrimonio…
Estos ataques se llevan a cabo por dos medios: la desarticulación privada e individual del fin del matrimonio, y la distorsión pública y social de su esencia.
+ + +