Arde la catedral de París y ahora sollozan las legiones de liberales, de acatólicos nominales o “no practicantes”, y de no pocos idólatras de la identidad, todos bautizados que ya de forma activa, ya pasiva, no pierden la oportunidad en el transcurrir de sus vidas de abofetear y crucificar a Cristo una vez mas, crucificando y abofeteando a su Iglesia con cada palabra ociosa, con cada mentira asimilada, con cada negación de la Verdad, con cada omisión, con cada violación de la Ley de Dios que en su perversidad han santificado en este mundo moderno y último, tan semejante al primero de la caída del hombre, pues instituyéndose ellos mismos como jueces autosuficientes e infalibles del bien y del mal caen otra vez en la mortal trampa primera de la serpiente, jugando a ser lo que no son: diosecillos de tres al cuarto.
¿Por qué lloráis ahora, hipócritas? ¿No sabéis que lo que ha ardido ha sido un templo cristiano? Pero para vosotros no pasa de ser una postal entrañable, un icono cultural, un símbolo de la tradición identitaria, pero tradición con minúscula, tradición muerta, pues a Dios nadie le engaña y según como vivís, pensáis y creéis ya no sois cristianos sino apóstatas desde hace mucho tiempo, bautizados pero miembros muertos y traidores de una Iglesia que se enfila para encarar el último repecho de su particular Via Crucis; y vosotros no vais a estar allí. Sigue leyendo «Los verdaderos pirómanos de la Iglesia»